Projecto Impars
Coordinadora: Núria Garí
Entrevista
Texto: Àlex Sánchez Aragón
Fotografías: Nuria Garí / Isabel Rovira
¿Cómo fue esa primera experiencia emprendedora en Valencia?
Muy interesante e intensa, pero económicamente, ¡un desastre! Yo venía del mundo del colectivismo, militaba en colectivos antimilitaristas y feministas, relacionados con el urbanismo, estrechamente vinculados al tipo de ciudad en la que queríamos vivir. Trabajábamos con personas sin recursos, en el barrio de la Coma, en el Parque Alcosa. Al mismo tiempo nos preocupaba la autogestión, y con un compañero decidimos abrir nuestro propio estudio; pero la primera aventura siempre es complicada.
Y a partir de ese momento, ¿cómo avanzó tu carrera profesional?
Quería estudiar Bellas Artes, pero al final acabé en la Escuela de Diseño de Valencia. Gracias a los profesores, sobre todo a uno en particular, me pusieron en contacto con estudios profesionales de Valencia. Después de poco más de un año, me contrataron a jornada completa en un estudio profesional, así que dejé la carrera.
Decidiste priorizar tener un primer trabajo en un estudio profesional.
Me considero prácticamente autodidacta. Actualmente doy clases en un máster de Diseño de Libros, y les cuento mi historia a los alumnos. No creo que haya una única manera correcta de evolucionar profesionalmente; esta fue mi situación. Lo más importante para un diseñador es que tenga curiosidad.


¿Crees que con los años has desarrollado un estilo propio?
No considero que tenga una marca propia. Un diseñador debe adaptarse no solo al cliente, sino al proyecto. Es más, si creo que un cliente está equivocado en su planteamiento, se lo comunico. Es frecuente que, por ejemplo, te pidan un catálogo, y quizás lo que necesiten sea un rediseño de marca. El cliente sabe que tiene un problema, pero no sabe cómo solucionarlo. Sí creo que tengo una gran capacidad para escuchar al cliente, en las primeras fases haces casi de psicólogo.
¿Hay, sin embargo, algún ámbito o temática que te genere un especial interés?
Me siento muy cómodo trabajando en el mundo de la cultura. Trabajo frecuentemente para museos e instituciones culturales, haciendo catálogos. Actualmente estoy trabajando en la identidad de una editorial de libros de poesía en catalán. Me gusta desarrollar proyectos “no convencionales” dentro del mundo del diseño; no sé, por ejemplo, una etiqueta de lejía o de papel higiénico.


¿Por qué?
Es todo un reto. A menudo recibimos proyectos para hacer etiquetas de botellas de vino. Es un sector en el que ya tienes asumidos muchos conceptos y puedes prever qué querrá el cliente.
¿Y qué pensaste cuando te encargaron un trofeo para unos premios en cuidados paliativos?
Me motivó muchísimo. Dije: “Guau”. Es realmente algo nuevo, un trabajo diferente. Se abre una ventana de dudas, pero también de oportunidades. No deja de ser un proyecto relacionado con el sufrimiento de las personas, y el diseño repercute de manera directa en la vida de las personas.
¿De qué manera?
Imagina una mujer que vive en un barrio periférico, sin recursos y cuenta con una larga jornada laboral en un trabajo muy duro. Lo que más desea al llegar a casa es poder sentarse en una silla cómoda donde descansar; por eso debe estar bien diseñada. Una silla bien diseñada puede costar 400 euros, un precio que ella no puede permitirse. Pero es ella quien más la necesita. La luz cálida también es más relajante que una luz fría, y paseando por la calle, en estos barrios, se ven muchas luces blancas que no ayudan a la conversación ni a estar en calma. El diseño gráfico debería tener esta capacidad de ayudar.




¿Cómo transmitiste esta reflexión en el trofeo para UIC Barcelona y la cátedra We Care?
Había un elemento claro, la espiga, que fue el punto de partida para crear el trofeo. Creo que la espiga simboliza la resiliencia, tan importante en el mundo de los cuidados paliativos. Después de unos días pensándolo en el estudio, pusimos sobre la mesa tres elementos: la espiga, el color blanco y la luz. La espiga, el elemento dado, la quisimos representar gráficamente con guijarros, que simbolizan las semillas de la espiga. Decidimos que estos guijarros fueran blancos, un color que, para mí, encaja con el trabajo científico y el rigor, y que al mismo tiempo transmite mucha calma. Por último, teníamos claro que el trofeo debía ser claro y luminoso. Esta luz quisimos transmitirla con una capa de pan de oro, presente detrás de estas semillas.
¿Por qué decidiste situar ese pan de oro detrás de las semillas?
Es la parte más noble del trofeo, y al mismo tiempo la que no se ve. Igual que en las personas, lo que más importa es el interior y el alma. Quería que, en un momento dado, la luz reflejara esa parte más vital y espiritual que representa el trofeo.
La luz también es entonces un elemento central del trofeo.
Es la parte más espiritual de la propuesta. Los cuidados paliativos al final de la vida son como un rayo de luz, y el color blanco y el pan de oro ayudan a reflejar esa aura más vital que transmite el trofeo. Se nos pasó por la cabeza hacer un trofeo más tecnológico, con luz, que se encendiera, pero era demasiado artificial. Por eso, el pan de oro. Para trabajar el reflejo, más que la luz. Creo que le da esa calidez que también ofrecen los profesionales de la salud a las personas en el último momento vital de su vida.
¿Qué te ha aportado participar en un proyecto así?
Poder contribuir en iniciativas que tienen un componente poético y espiritual muy potente es muy bonito, y me siento muy cómodo en ellas. Intento ir a la base de las cosas, hacer mucho con muy poco. Algunos dicen que soy minimalista, pero no me considero así. Sí que intento huir de los fuegos artificiales. Una vez estallan, desaparecen, y yo quiero que mis obras perduren en el tiempo.
